¿Los animales entierran a sus muertos?

¿Los animales entierran a sus muertos?
Fabio Cupul Magaña

Fabio Cupul Magaña

Miscelánea

Cuando mi padre murió, lo primero que vino a mi mente fue su profundo deseo de ser cremado. A lo largo de su vida siempre hubo momentos en que me recordó que no lo enterrara en un cementerio, pues no quería sentirse atado debajo de pesadas capas de tierra. Él anhelaba la libertad después de la vida, y pensaba que sólo podría alcanzarla si sus cenizas se esparcían por las selvas tropicales de Yucatán, su estado natal.

Sin embargo, este deseo no se cumplió a cabalidad, ya que mi madre decidió que sus restos pulverizados fueran arrojados en la inmensidad del océano Pacífico noroccidental, en las mismas aguas que un par de años antes recibieron las cenizas de mi única hermana, y tiempo después recibirían las de mi misma madre.

A pesar de ello, espero que en el curso de los próximos cientos o miles de años las corrientes marinas, o los seres marinos que absorbieron estos residuos como nutrientes, arriben a las costas de la península yucateca para que la última voluntad de mi padre se cumpla.

Es curioso, pero este tipo de ceremonias y ritos, en los que nos comprometemos a complacer la voluntad de los que partieron de esta realidad, o simplemente a disponer de sus restos mortales de manera aséptica y para proporcionarnos descanso emocional, no son exclusivos de la especie humana.

Aunque los ejemplos son escasos, los animales también tienen la particularidad de disponer de los restos mortuorios de sus semejantes, aunque no por seguir ritos para afrontar o sobrellevar el duelo, sino sólo por motivos sanitarios.

Hormigas sepultureras

Entre las hormigas, la casta de obreras construye pilas de sus semejantes muertas, como si de un cementerio se tratase, con el fin de mantener ordenado el nido —a este comportamiento los científicos le llaman necroforesis; del griego nekron, ‘cadáver’, y pherein, ‘llevar, transportar’.

En algunos experimentos con estos insectos, en los que se distribuyeron al azar cadáveres o partes de sus cuerpos, se observó que las obreras los recogían —las hormigas especializadas en colectar los desperdicios son llamadas sepultureras— y apilaban en lugares específicos fuera del nido o en cámaras dentro de éste.

Las hormigas, al igual que las abejas, recogen sus cadáveres como medida higiénica para evitar focos infecciosos dentro de la colonia, aunque también pueden llegar a canibalizar los despojos de sus hermanas.

Hormigas sepultureras

Pero, ¿cómo reconocen las hormigas a sus compañeras fallecidas? Los científicos han encontrado que ciertas especies dejan de producir, durante la primera hora de haber muerto, los olores característicos de cuando estuvieron vivas.

De modo que la señal química o el olor que les indica a sus semejantes que están vivas se desvanece rápidamente con la muerte. Para expresarlo en un lenguaje de tabloide sensacionalista: ¡Las hormigas huelen la muerte! O, mejor dicho, ¡dejan de oler la vida!

El autor Germán López nos dice que entre las antiguas culturas griega y romana se creía que las hormigas tenían necrópolis para depositar a los miembros fenecidos de su comunidad. Además, el autor señala que en el siglo XIX algunas sociedades llegaron al extremo de pensar que si una hormiga sepulturera se rehusaba a transportar un cadáver al cementerio, sería juzgada y ejecutada en la plaza de la ciudad es decir, de su nido.

Esta creencia refleja la carga negativa que el sepulturero tiene en ciertas sociedades, pues la gente huye de él y, si se lo encuentra por la calle, lo considera un mal presagio o señal de mala suerte.

Cementerio de elefantes

Y ya que hablamos de cementerios, otra superstición muy difundida es aquella que señala que los elefantes tienen un cementerio al cual acuden en el momento de su muerte. De hecho, se sabe que los elefantes pueden morir en cualquier sitio; sin embargo, como sus restos son rara vez vistos, se cree que tienen un lugar especial en el África Negra para morir en paz.

Cementerio de elefantes

El columnista Manuel S. Ledesma afirma que en la película de 1934 Tarzán y su compañeraTarzan and his Mate— se menciona por primera vez y se populariza el mítico cementerio de elefantes, sitio que en el largometraje sirve de excusa para enfrentar a un ecologista Hombre Mono con unos civilizados hombres malos que pretenden hacer negocio con el marfil de los paquidermos.

Este lugar, que en la cinta hollywoodense está protegido por la escarpada cordillera Mutia —una cadena montañosa existente sólo en la imaginación de los escritores cinematográficos— ya había sido citado en las memorias del explorador escocés David Livingstone (1813-1873).

El científico británico Rupert Sheldrake, cuyas teorías biológicas han sido catalogadas como pseudociencia, piensa que parte de la leyenda del cementerio de elefantes es verdad, debido a que los esqueletos se encuentran frecuentemente en grupos, cerca de fuentes de agua.

Así, los elefantes con algún tipo de desnutrición buscan instintivamente este tipo de lugares, con la esperanza de que el líquido vital les permita mejorar sus condiciones. Este amontonamiento de huesos pudo haber inspirado la leyenda.

Actualmente, la frase “cementerio de elefantes” es usada como metáfora para referirse a aquellos sitios —principalmente instituciones de gobierno— donde se desempeña personal con un bajo rendimiento laboral. Esta misma expresión se puede aplicar a cualquier instancia que trate con seres humanos, ya sea estudiantes académicamente insuficientes, ancianos, mendigos, políticos y jubilados, entre otros.

Un ejemplo más de esta metáfora se encuentra en la película boliviana El cementerio de los elefantes (2008), del director Tonchy Antezana. En el filme, basado en leyendas urbanas, según nos cuenta el columnista Sebastián Morales Escoffier, un hombre llamado Juvenal decide encerrarse en un cuarto y beber hasta morir para redimirse.

El espacio donde se exime con alcohol para olvidar su oscura niñez y tenebrosa juventud es un cuarto inmundo, llamado “la suite presidencial”, que se encuentra en una cantina clandestina de la ciudad de La Paz —conocida coloquialmente como un “cementerio de elefantes”—, donde alcohólicos empedernidos van a pasar sus últimos días hasta morir ahogados en su bebida espirituosa favorita.

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