Todos, o casi todos, sabemos la historia: en el siglo XI, un monje benedictino llamado Guido d’Arezzo (991/992-¿1033?) perfeccionó la notación musical con la implementación de cinco líneas horizontales —basadas en el pentagrama de los griegos— que fijaban la altura de los sonidos, y dio nombre a las siete notas —antes, éstas se designaban con las primeras letras del alfabeto: A (la), B (si), C (do), D (re), E (mi), F (fa) y G (sol)—, a partir de un versículo del himno a San Juan Bautista llamado Ut queant laxis, que dice:
Ut queant laxis
Resonare fibris
Mira gestorum
Famuli tuorum
Solve polluti
Labii reatum
Sancte Ioannes… [1]
Así, la historia de la música occidental reconoce a d’Arezzo como el padre de la escala diatónica de siete notas, formada por intervalos de segunda, los cuales pueden visualizarse claramente en las teclas blancas de un piano. Pero un descubrimiento no muy conocido ha puesto en entredicho esta noción.
Hace unos cincuenta años, un grupo de arqueólogos que excavaban en la ciudad siria de Ugarit, encontraron una serie de tablillas de barro que contenían signos cuneiformes en la lengua de los hurritas, un pueblo que habitó el valle del río Khabur —al norte de Mesopotamia—, en el actual territorio del sudeste turco, el norte sirio e iraquí, y el noroeste de Irán. Luego de años de estudios para descifrar la escritura de dichas tablillas, la asirióloga Anne Draffkorn Kilmer llegó a la conclusión de que tales inscripciones eran un tratado teórico que incluye la pieza musical más antigua que se conoce: un himno religioso dedicado a Nikkal, la diosa de los huertos de árboles frutales. Dicha partitura —si así se le puede llamar— contiene instrucciones para un cantante y un ejecutante de sammûm, que es una especie de arpa o una lira.
Sin embargo, quizá lo más sorprendente de este hallazgo sea el hecho de que, según Kilmer, la estructura y la notación de dicho himno confirman la teoría de que la notación diatónica, así como la teoría de la armonía, existían mucho antes del nacimiento de d’Arezzo. Esto, de comprobarse, significaría una gran revolución en la historia de la música en occidente, que no reconocía ninguno de los dos conceptos sino hasta la era de la Grecia clásica.
Según la catedrática de la Universidad de California, las tablillas datan de hace unos 3400 años. Antes de ese descubrimiento, se sabía muy poco acerca de las tradiciones musicales de las culturas asirias y mesopotámicas, salvo el tipo de instrumentos que fabricaban —los cuales se dedujeron a partir de sus representaciones en bajorrelieves y en restos arqueológicos. Al analizar las tablillas —al principio, se pensaba que eran cálculos matemáticos—, Kilmer encontró una sección con una lista de pares de números, clasificados bajo la palabra “sa”, que en acadio equivale a la palabra pitnu, o “cuerda”; de ahí, dedujo que estaba relacionada con instrumentos musicales. Al revisar los demás textos, Kilmer halló más términos ligados a la música: embudu, una especie de flauta, y seru, que es el estribillo de una canción.
Gracias a todo ello, Kilmer concluyó que se trataba de un tratado musical para instrumentos de cuerda, donde cada una de las cuerdas tenía un nombre específico, y determinó que podían tocarse en pares, lo cual se expresaba con la palabra esêrtu, que podría equipararse a un muy rudimentario equivalente de la armonía musical. A la fecha, se ha encontrado una colección de canciones de corte amoroso clasificadas bajo este sistema, el esêrtu, que sólo utiliza siete de los catorce pares de cuerdas listados en el tratado. Lo anterior ha hecho pensar a los musicólogos que el hallazgo podría tratarse de un claro antecedente de la escala musical diatónica de siete notas que utilizamos actualmente.
Hoy es posible apreciar una versión de esta canción, la más antigua que se ha encontrado hasta la fecha, en diversos sitios de internet, e incluso se puso a la venta un CD llamado Sound from Silence, donde dichas piezas acadias y hurritas pueden volver a ser escuchadas luego de casi tres milenios en el olvido.
Desde luego, jamás podremos saber cuál era el timbre exacto de cada una de las cuerdas señaladas en la tablilla, ni cuál era el ritmo o la cadencia que imprimía el cantante en su interpretación. Pero resulta curioso que, al escuchar las versiones que se han creado a partir de la traducción de la tablilla a la notación moderna, el resultado se asemeje peligrosamente… a un corrido norteño. Aunque usted no lo crea.
[1] Siglos después, la nota Ut fue sustituida por do, que era más fácil de pronunciar al momento de cantar.