De la censura a la cultura de la cancelación

De la censura a la cultura de la cancelación
Bernardo Monroy

Bernardo Monroy

Miscelánea

¡Censura! Una palabra que inspira repudio, terror e indignación. Muchos la sufrimos en algún momento de nuestras vidas, y —hay que decirlo— otros la hemos practicado de alguna manera, ya sea por miedo o para evitar conflictos en los ámbitos laborales o familiares. El hecho es que, a lo largo de la historia, la censura ha golpeado duramente, no sólo el arte, sino al espíritu humano.

Como es obvio, son los políticos quienes la han ejercido con mayor frecuencia para silenciar a quienes expresan algo que no les conviene. Hoy, en las redes sociales se piensa que cualquiera puede expresar su punto de vista, pero es un hecho que cualquiera puede ser censurado, pues vivimos en la novela de George Orwell: todos somos Winston Smith, pero también el Gran Hermano. Repasemos algunos casos del pasado, el presente y el posible futuro.

Prohibido prohibir

Los motivos por los que una obra de arte puede ser censurada son tan diversos como razones hay en el mundo. Puede ser desde algo tan simple como el que un gobernante inculto no comprendiera lo que el autor nos quería decir, hasta asuntos que pueden poner el riesgo el orden social. La mojigatería y el puritanismo, por otro lado, siempre han sido motivos muy socorridos.

El ejemplo más claro de ello es El amante de Lady Chatterley (1928) de D. H. Lawrence, publicada en 1928, con descripciones explícitas de sexo que llevaron a su autor a juicio. En asuntos más serios, está el caso de Los versos satánicos de Salman Rushdie, una novela que ridicuiza al Islam; su aparición en librerías en 1988 hizo que fuera vetada en trece países y que el Ayatolá Jomeiní pidiera la cabeza del escritor. Por fortuna, hoy Rushdie está libre de toda amenaza.

'El amante de Lady Chatterley', de D.H. Lawrence
'Los versos satánicos', de Salman Rushdie

En ocasiones, el concepto de censura está completamente arraigado e “insertado” en la conciencia de los pueblos. Un ejemplo muy claro fue el concepto llamado Entartete Kunst o “Arte degenerado” durante la Alemania nazi, que hacía referencia a todo aquello que no fuera del agrado de Adolf Hitler y su cohorte.

Cultura de cancelación en redes sociales

Todo lo anterior nos lleva al mundo de internet y las redes sociales. Cuando internet comenzó a extenderse a finales de los años noventa, parecía un terreno fértil para la más absoluta y libre expresión: todos podíamos decir, sobre todo podíamos opinar; pero con el paso del tiempo, nos dimos cuenta de que no era una utopía, sino un arma de doble filo. Así como escribíamos y expresábamos, también se nos silenciaba. Surgieron conceptos hasta entonces desconocidos como el online shaming [1]  y la cancel culture o la cultura de la cancelación.

Esta “cultura de la cancelación” no es exactamente una forma de censura, pues el diccionario en inglés Merriam-Webster define cancel como “dejar de dar apoyo a una persona”. A diferencia de impedir que se vendan libros, se exhiban películas o se escuche la música de alguien, esta acción digital se parece más al boicot o al “ninguneo” que Octavio Paz mencionaba en El laberinto de la soledad.

Hay ocasiones en que la gente hace caso a esta cancelación y retira todo tipo de apoyo a la figura pública —porque para ser cancelado, primero hay que ser famoso—, y otras en que las quejas simplemente se ignoran y no pasan de algunos tuits furiosos sin mucha trascendencia. Lo cierto es que, para bien o para mal —tal como lo afirman los escritores Owen Jones y Bret Easton Ellis—, son muy pocas las celebridades a quienes realmente se les veta y cancela.

J. K. Rowling y la transfobia

Ejemplos de esta “cultura de la cancelación” sobran en el torbellino actual de las redes sociales. A veces para bien, otras es una exageración. Uno de los primeros casos fue el del comediante Hannibal Bures, quien en 2017 acusó al actor Bill Cosby de violación. Con el tiempo, los hechos salieron a la luz y el acusado — quien siempre dijo ser conservador y moralista— fue enjuiciado y condenado.

Bill Cosby

Bill Cosby

Un segundo ejemplo ocurrió hace poco, en junio de 2020, cuando un grupo de televidentes mexicanos exigieron la cancelación de la serie animada Animaniacs por considerarla “demasiado irreverente” para los niños. Como era de esperarse, no pasó a mayores y los hermanos Warner —y la hermana Warner, Dot— siguen en la pantalla chica y hasta con nuevos episodios.

El último caso que quiero mencionar es el más llamativo: la escritora J. K. Rowling, autora de la saga de Harry Potter, a quien se le ha acusado de transfobia; es decir, de expresar desprecio por las personas transexuales. Hay quienes la defienden, como su colega Stephen King, y otros la ven como una señora cascarrabias que ni siquiera debería tener acceso a Twitter. Hasta el día de hoy, la polémica persiste… y persistirá por muchos años.

J. K. Rowling

J. K. Rowling

Ahora bien, hay quienes ven con temor esta cultura de la cancelación y los linchamientos en redes sociales. Está el ejemplo de un grupo de ciento cincuenta intelectuales que, preocupados por esta tendencia, firmaron una carta titulada “A Letter on Justice and Open Debate”. Conocida también como “La carta de Harper’s” —la revista en que se publicó—, muchos la consideran un manifiesto de todos los que temen y reprueban la censura en redes sociales.

Lo cierto es que hay que saber diferenciar una acusación de un simple berrinche tuitero, y distinguir entre un acto de censura a quien promueve un discurso de odio y el veto a una obra políticamente incómoda. Después de todo, como dijo una vez Noam Chomsky, enemigo de la cultura de la cancelación: “Libertad de expresión es también estar dispuesto a escuchar lo que no te va a gustar”.

[1] Práctica que consiste en exhibir, humillar o ridicuizar públicamente a una persona en internet, normalmente en redes sociales como Facebook y Twitter. [N. del E.]

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