Los miedos regresan… tanto en la ficción como en la realidad. Prueba de ello es que en octubre de 2021 se estrenaron en cines las nuevas entregas de las sagas de Scream y Halloween, mientras que en la televisión por streaming pudimos ver la serie de Chucky, el muñeco asesino favorito de todos.
El retorno de aglunos de los personajes más temibles del género slasher —que proliferó en la década de 1980 y 1990— puede deberse a varios factores. Un par que se me ocurren es esta popular moda o nostalgia por esas décadas, y otro es la patente falta de creatividad y orginalidad que asola a Hollywood.
El pasado primero de diciembre concluyó la serie de Chucky, la cual ha tenido una excelente recepción por parte de los fans más leales. Y no es para menos, pues el showrunner Don Mancini —quien creo al aberrante muñeco pelirrojo— ha sabido complacer a los “chavorrucos” que crecieron con las películas, al tiempo que ofrece temáticas novedosas a los adolescentes que por vez primera ven al asesino serial Charles Lee Ray desplazarse en el cuerpo del monigote.
El protagonista de la serie es Jake Wheeler, un muchacho de catorce años abiertamente gay que sufre un humillante bullying por parte de todos sus compañeros e, incluso, maltrato psicológico de su padre y su primo. Obviamente, cuando adquiere a Chucky, éste intentará manipularlo para hacerlo como él.
Uno de los aspectos más inquietantes de la serie es que la maldad no reside en lo sobrenatural, sino en lo crueles que pueden llegar a ser las personas en un pueblo pequeño, ya sea de México o de los Estados Unidos. Como en toda buena obra de terror, la maldad reside en la naturaleza humana, así que lo realmente escalofriante no es el muñeco que recita conjuros a los loas del vudú, sino los mismos humanos.
Mancini ha declarado que se inspiró en su propia adolescencia —hoy en día es un orgulloso miembro de la comunidad LGBT+— y Zachary Arthur, el joven actor que interpreta a Jake, dijo en una entrevista: “Una cosa que me gusta mencionar es que esta serie realmente muestra los problemas que ocurren todos los días, en cuanto al acoso y la gente que no acepta a las personas que están entrando en su sexualidad, y espero que la gente se identifique con eso”.
¡Ha vuelto!
Como es habitual en la saga del muñeco malévolo, los protagonistas intentan acabar con él de una vez por todas, pero de forma inevitable éste regresa… porque los miedos siempre lo hacen. Dice Zygmut Bauman en su libro Miedo líquido: “nuestro moderno mundo iba a ser aquel período de la historia humana en el que, por fin, nos sería posible dejar algo de los temores que dominaron la vida social del pasado, hacernos con el control de nuestras vidas y domeñar las descontroladas fuerzas de los mundos social y natural.”
Pero no ha sido así y ejemplos sobran, no sólo en el mundo de las series sino en la vida real. La pandemia del coronavirus nos lo ha dejado muy claro. Lo cierto es que, aunque estos temores regresen una y otra vez —como el incansable Chucky, que por más que se le queme, acuchille, rompa y rebane, está de regreso con su risita expresada por el actor Brad Douriff—, el mensaje que nos dejan es que siempre hay que enfrentar a los monstruos: nunca rendirse, aunque te hayan electrocutado o acuchillado.
Wes Craven, otro destacado director de terror, declaró una vez: “Creo que la experiencia de ir al cine y ver una película rodeado de un montón de gente también forma parte del poder de transformación de la película, y equivale al viejo chamán que cuenta historias a un grupo de gente a la luz de la hoguera. Resulta destacable que cuando gritas y el resto del público grita, te das cuenta de que no eres el único que siente ese miedo, y eso resulta extrañamente reconfortante”.
En efecto, el miedo compartido por muchos reconforta. Y reconforta más aun que, aunque regrese en forma de muñeco diabólico —o, como sucede en nuestros tiempos, de nueva variante del covid-19—, al miedo siempre se le enfrenta y se le derrota… o al menos, hasta la siguiente secuela.